domingo, 24 de julio de 2011

Un mantel oloroso a pólvora


14. Santa María Coatepec

Los fugitivos hacen un pequeño descanso, se enteran que están en Santa María Coatepec, el poblado que desde Aljibes se dibujaba en la colina, mientras esperan que la caravana avance, la comitiva principal descansa en una choza, Carranza pide un vaso con agua, lo recibe, antes de llevarlo a la boca le introduce una moneda de cobre, luego toma el contenido de tres tragos.

Le decíamos papá Carranza
Le decíamos Papá Carranza porque nos dio la vida. Perdió la vida él y nos dejó que comer. ¡Primero Dios! sí no, dónde estuviéramos…En esa época de la revolución, cuando Carranza pasó por primera vez para ir a Veracruz no había qué comer, no había trabajo, pura guerra entre uno y otro bando y muchos muertos; fue cuando él ordenó a los hacendados que nos dieran cosas de comer, porque el rico ya encerró el maíz en las trojes, ya no nos daba de comer. La tierra de cultivo la sembraba el rico hasta aquí, abajo del encino; nosotros sembrábamos puro pedregal, puro monte, no se podía cosechar nada… ¡A ver! Comer metzale, comer biznaga, comer cebada, todo lo que se podía; metzale del maguey que le raspaban pa´comer. Ahora decimos muy pomposas, ¡Ay, no! yo sólo como tortillas blancas. ¡Ay, no! a mí no me gusta esto… Ojalá así hubiéramos vivido nosotras pero no se podía. ¿Qué cuántos hijos tuve? Tuve catorce hijos pero no todos se criaron, eran épocas difíciles para que los escuincles crecieran.
Mi papá fue delicado, no nos dejaba salir ¿Qué cosa van a ver? Qué no hay cosas que hacer en la casa para que se anden divirtiendo de la gente? ¿Por qué no se meten? Y si no obedecías pues ahí estaba el chicotito.
Ese día que le digo nos habíamos escapado. Eso de los muertos fue allá, en el camino real, cuando Carranza pasó por Santa María luego que lo derrotaron en Rinconada. Mi hermana estaba como de catorce años, yo estaba chica como ahorita esta niña; se llamaba Porfiria mi hermana la mayora. Yo andaba de ociosa por las milpas y que veo unos bultos, me regreso y le digo: Piria, vente a ver, ahí están durmiendo unas gentes, ya los moví y no se paran. Que viene ella, que me regaña y me dice: ¡Qué cabrón vienes a ver a estos! son difuntos, vámonos qué… Y nos venimos, allá los dejamos. ¿Quién sabe qué fin tuvieron?
Mi mamacita, que en paz descanse su alma, siempre anduvo muy apurada ayudándole en todo a mi papá, por eso no se dio cuenta que pasaron unos de tropa huyendo por este rumbo, pasaron por el patio de la casa donde teníamos unos chiquigüites con trigo y centeno para engordar a los cochinos. Los destaparon y los volvieron a tapar. Cuando regresó mi mamá dijo: ¿Ora quién cabrón regó mi trigo? ¡Pues quién sabe, mamá, yo no lo vide! Y es que habían echado ahí el dinero y lo taparon luego con el trigo y mi mamacita, que en paz descanse su almita, no lo vido. Luego pasaron los obregonistas. ¡A ver, quítense de ahí escuincles! Y empezaron a revisar todos los chiquigüites, a regar el trigo por todas partes. Cuando le avisaron a mi papá vino corriendo, le contamos lo que pasó y nos regaño: ¡A ver, pendejos, no arpiamos el trigo, ahora miren, ya se llevan el dinero! Pues quién, quién se los va a quitar, eran obregonistas y andaban eufóricos con su triunfo… Los soldados de Papá Carranza ya había dejado el dinero para huir y nosotras, babosas, no nos dimos cuenta.
Mi papa se llamaba Antonio Gómez Hernández, pa’que negarlo, Dios lo castiga a uno… Sí, porque dice uno mentiras y no, no es bueno. Mi mamá se llamaba María Cristina Hernández… No, nunca fui a la escuela; le digo a usté que nosotras crecimos al estilo de los burros. No había profesores, no había profesoras, nada había. ¿A dónde nos iban a mandar?
Testimonio de Piedad Gómez Hernández. Julio de 1982, Santa María Coatepec, Puebla.


LA CRUZ ROJA MEXICANA
Tlaxcala, mayo 12.- Agregadas a los trenes militares salieron esta mañana las brigadas de la Cruz Roja Mexicana, las que llevan una competente dotación de medicinas y aparatos de cirugía. Van, además, médicos y practicantes en buen número.
Oficialmente se nos informó ayer en el Cuartel General de la primera división del Ejército Liberal Revolucionario, de las tropas revolucionarias a las órdenes de los generales Jesús M. Guajardo, Pedro M. Morales, Manuel Sosa Pavón y Máximo Rojas, siguen combatiendo tenazmente con los soldados que custodian los trenes del señor Carranza, los cuales se encuentran al sur de Huamantla, imposibilitados de seguir el destino a Veracruz.
Cinco días han estado peleando las tropas revolucionarias con las que manda el general Francisco Murguía. De acuerdo con los informes recibidos en los centros militares, así como en los ferrocarriles, el señor Carranza, acompañado por el general Rafael de la Torre, ha estado varias veces en el lugar de la refriega y ha dado órdenes personalmente en los momentos en que el tiroteo era más intenso.
Además de los elementos numerosos que salieron a Puebla bajo las órdenes de los generales Jacinto B. Treviño y Francisco Cosío Robelo, ayer, por orden del general de División Pablo González, salieron con destino a San Marcos dos baterías de cañones de setenta cinco milímetros; dieciséis ametralladoras y un regimiento de caballería.
Se nos dijo que los convoyes presidenciales no podrán marchar más allá de donde se encuentran, pues además de que los tanques de agua fueron desprovistos del líquido elemento, hay diecisiete largos trenes de carga con las máquinas muertas, entre Rinconada y Esperanza, ocupando todos los escapes.
El Corresponsal en Apizaco

Un mantel oloroso a pólvora


13. Carlos Quirós reportero de El Universal

Con varios días de retraso por las adversidades de la guerra, la prensa nacional intentaba dar seguimiento a los combates que se libraban en los lugares donde pasaba el convoy presidencial. Había interés de los altos mandos militares que se habían sublevado en contra de Carranza, para darle seguimiento a la huida del Varón de Cuatro Ciénegas hostigándolo, también, desde las trincheras del periodismo. Había que quitarle el apelativo de Presidente, llamarle simplemente señor, bandolero, cobarde, hombre terco, traidor a la revolución.
El Universal envía a un reportero llamado Carlos Quirós a cubrir la desaliñada huida de Carranza, brindándole toda clase de consideraciones, desde un buen salario, viáticos y comisiones hasta la garantía de viajar en los trenes militares.
En la ciudad de Puebla, Carlos Quirós comienza a enviar telegramas a su periódico para que se vayan publicando de manera continua. Éste es el primero de muchos artículos que el reportero, nacido en Apam, Hidalgo, habrá de publicar en El Universal:

El UNIVERSAL
EL GRAN DIARIO DE MÉXICO
GRAN EXPECTACION POR LA HUIDA DE CARRANZA
Puebla, mayo 11 de 1920.
Después de veintitrés horas de camino, llegué a esta ciudad, a bordo de un tren militar del general Cosío Robelo. Debía haber salido en el tren del general Treviño, quien con toda amabilidad me ofreció sitio a bordo de su carro “Xinantecatl”; pero como su salida se demoró aproveché el momento de la partida del general Cosío Robelo, quien también me recibió con gran atención permitiéndome viajar con él.
El camino ha sido muy fatigoso a causa del mal estado en que se halla el material rodante. Treinta carros de ferrocarril formaban el convoy, y a cada momento teníamos que detenernos largas horas, porque las máquinas no funcionaban como es debido.
A media noche llegamos a la estación de San Lorenzo. Viendo que tardaría el convoy, resolví continuar mi camino a pie.
BAJO LA LLUVIA TORRENCIAL.
La noche estaba completamente obscura y llovía a cántaros. Esto no obstante, me resolví a aventurarme por el camino; pero hube de desistir de mi propósito temiendo caer en alguna barranca o perderme. Entonces regresé al convoy tomándolo en los momentos en que se ponían en movimiento los carros.
Llegamos a esta ciudad a la una de la tarde, después de dar paso al convoy del general Treviño, que nos dio alcance.
La ciudad está tranquila y hay grandísima expectación por los acontecimientos que se están registrando.
En mi telegrama siguiente comenzaré a informar en detalle.
Enviado Especial: Carlos Quirós

Al ser considerada como una noticia nacional la huída de Venustiano Carranza de la ciudad de México, varias plumas intentan cubrir este acontecimiento, dando como resultado una serie de versiones sobre los hechos que a veces resultan contradictorias e ilógicos. Un jovencito que apenas se iniciaba en las lides del periodismo pero ya era corresponsal en Puebla, ha enviado la siguiente nota:

El UNIVERSAL
EL GRAN DIARIO DE MÉXICO
¿DON VENUSTIANO SE INTERNA EN EL ESTADO DE PUEBLA?
Puebla, mayo 11 de 1920.
Por personas que acaban de llegar de la estación de Apizaco, hemos sabido, que el pasado día ocho de los corrientes, estuvo el señor Carranza en los andenes de la estación de Apizaco entrando y saliendo al restaurant varias veces, suponiéndose que esas entradas y salidas las hacía con intención de que los habitantes y la tropa lo vieran perfectamente bien y se persuadieran de que estaba en dicho punto; pero nuestro mismo informante nos dice que al entrar la noche de ese mismo día salió a caballo con rumbo a Chignahuapan, siguiendo el rumbo de la sierra en donde se asegura que también están los hermanos Cabrera y que los resguarda el general Gabriel Barrios, quien sigue siendo fiel al señor Carranza, pues con anticipación de una decena el gobierno de Carranza le entregó algunas cantidades de dinero, armas y suficiente parque, previendo algunos acontecimientos que se avecinaban.
La misma persona que nos dio estos datos también asegura que don Venustiano al abandonar sus convoyes del Ferrocarril Mexicano, se disfrazó quitándose la barba y vistiendo el traje de los nativos de la región, calzoncillo, blusa y sombrero ancho. Lo acompaña todo su Estado Mayor, los generales brigadieres Francisco L. Urquizo, Juan Barragán y otras personas más.
Para despistar a las tropas de Mireles y Guadalupe Sánchez que lo esperaban en Boca del Monte, cerca de las Cumbres de Maltrata, Carranza hizo avanzar sus trenes en lo que ya no iba él, en medio de terrible balacera, pues como dije antes, se asegura que de Apizaco salió a caballo con rumbo a Chignahuapan.
Los trenes presidenciales han logrado avanzar hasta las estaciones de Rinconada y San Andrés, en donde se detuvieron para dejarlos allí como objetivos de las fuerzas revolucionarias y mientras don Venustiano, a caballo, abandonaba el convoy para internarse sierra adentro, sin saberse el rumbo y las intenciones que haya abrigado al abandonar el tren.
Corren, además, en diferentes sitios de reunión de esta ciudad las siguientes versiones: La prensa local que en ningún momento ha podido dar una información seria y sensata, asegura que don Venustiano Carranza abandonó sus trenes en San Marcos, desde donde se internó a caballo para la Huasteca veracruzana, y que ya va completamente temeroso de caer en manos de sus contrarios para ser fusilado. La prensa local, en gruesos rubros, le llama dictador, burócrata y otras lindezas, que entre la gente bien nacida han caído mal estas expresiones. Otra versión es que Carranza se encuentra por el rumbo de Amozoc y que no sería difícil que con los hombres que cuenta dieran una sorpresa a esta plaza. Como se comprenderá esto es puro amarillismo, y el que conozca perfectamente la región, comprenderá que está muy opuesto Amozoc de Apizaco, y más teniendo en cuenta los informes que nos proporcionaron nuestros informantes de la salida de Carranza con rumbo a Chignahuapan, tal vez con rumbo de Veracruz, por Misantla, Papantla, Gutiérrez Zamora hasta Tuxpan o Tampico.
EL CORRESPONSAL EN PUEBLA

Una cuarentena de jinetes se aleja poco a poco del gusano de hierro que ha quedado sobre los rieles averiados, todavía se oyen gritos de hombres, disparos, reina el desorden y la confusión. Como una bandera levantada con orgullo, Venustiano Carranza, Presidente de México, encabeza la cabalgata, dubitativo y nostálgico, amo y señor de sus emociones, no altera un solo músculo de la cara, pero en su cerebro ya empieza el concierto de los pensamientos indeseables que se hacen presentes aunque no se les llame: ¿Por qué no podemos olvidar nuestras derrotas? ¿Por qué la mente se empeña en traernos constantes recuerdos de lo que no hicimos en el momento adecuado? ¿Por qué no podemos perdonar nuestras debilidades y seguir adelante con nuestros aciertos? Es verdad que el rumor es un gran enemigo, pero lo que más te quita el sueño son tus propios demonios, esos que son como gusanos que corroen el pensamiento y no te dejan tomar las decisiones adecuadas: huir o pelear, vivir con afrentas o morir con dignidad…

A esta guerra de papeles y noticias sensacionalistas también se suma la opinión del redactor del periódico El Universal, quien sólo logra confundir más a los lectores ávidos de noticias:
POR LA SIERRA DE PUEBLA TRATA EL SEÑOR CARRANZA
DE GANAR LA COSTA DEL GOLFO.
Puebla, Pue., a 12 de mayo de 1920.
A las seis de la tarde de ayer, obtuvimos una importante noticia, en fuentes absolutamente autorizadas, y que nos pone en condiciones de asegurar que los planes militares del general Francisco Murguía se concretan por ahora a asegurar que el señor Carranza cambie de trenes para seguridad de su persona, dejando los del Ferrocarril Mexicano, para ocupar en San Marcos los del Interoceánico y seguir hasta Teziutlán, Puebla, en donde se internará en la sierra hasta Martínez de la Torre, Papantla, y como punto final la barra de Nautla, punto donde hace poco fuera derrotado y hecho prisionero el ex-general Gaudencio de la Llave.
Corroboran esta información los datos obtenidos en otras fuentes anoche y por los cuales se sabe que el licenciado Cabrera y el licenciado Rueda Magro han dejado los trenes y se dirigen a caballo a la sierra de Puebla. Don Luis Cabrera es oriundo de la región y toma la delantera para preparar la llegada del señor Carranza, hasta aquella intrincada serranía.
LA REDACCIÓN

* * *
Desde que era gobernador de Coahuila he impulsado fervientemente la creación del municipio libre; este rubro aparece ya como un logro de la Constitución de 1917, pero ¿cómo se puede tener un municipio libre, un país libre, si todavía estamos bajo las botas de los militares? ¿Si en lugar de la palabra o del sufragio se imponen los fusiles y las balas? ¿Acaso no es una imposición lo que tratan de hacer Obregón y sus corifeos? El civilismo no es una patraña que se me haya ocurrido ayer, es una corriente de pensamiento que sólo puede ser abrigada en las mentes más avanzadas… Espero que esta lucha tenga frutos y la sociedad civil algún día logre imponerse a la dictadura de los militares; de lo contrario de nada valdrá esta huida para salvar lo que queda del naufragio. Ah, cómo me duele la espalda…

Carlos Quirós ha sido invitado a viajar a bordo del tren del general Jacinto Blas Treviño, le acondicionan una cama, una mesa pequeña y le facilitan una máquina de escribir. Desde ahí, empieza a redactar los telegramas que van narrando la actividad de los grupos que están a la caza de don Venustiano Carranza y en cuanto tiene oportunidad los envía de cualquier estación de tren.

UNA ALTERNATIVA PARA EL SEÑOR CARRANZA
Estación Jara, mayo 12 de 1920.
Todo el movimiento militar se está realizando con regularidad, habiéndose dispuesto de los contingentes, de acuerdo con las determinaciones tomadas por el general en jefe.
Se preparan en estos momentos la salida de la comisión que va en busca del señor Carranza. Como se ha dicho en telegramas anteriores. Mientras llega a hablar con el señor Carranza y regresa, se tomarán todas las medidas acordadas de antemano.
El general Treviño acaba de hacerme la importante declaración que sigue: “En caso de que el señor Carranza conteste negativamente, se emprenderá el ataque definitivo. El general Mireles sostendrá el frente y las demás tropas atenderán los flancos y la retaguardia, después llegará a realizarse un movimiento envolvente en contra de los trenes del señor Carranza.
“La cuestión, dijo, haciendo un enérgico ademán, se resolverá aquí; de ello estoy seguro”.
Por otro lado, el general Celso Zepeda afirma que el señor Carranza no podrá avanzar más allá de Esperanza. Además, agrega, diariamente pierde contingentes, pues casi todas las tropas enviadas, han desertado. Las caballerías con que se forman las grandes guardias, por la noche, desertan también.
Carlos Quirós, enviado especial.

El general Jacinto Blas Treviño, acompañado de los generales Cosío Robelo, Jesús Guajardo, Celso Zepeda, otros jefes y el reportero Carlos Quirós bajan del tren, montan a caballo para realizar un reconocimiento minucioso del terreno, las pezuñas de los caballos se hunden en el arenoso camino, los terrenos de labor están sembrados de maíz pero las milpas están raquíticas por la falta de lluvia; enclavado en una colina se encuentra el caserío de la hacienda de San Miguel Salado. Cuando llegan algunos peones se quejan de que las tropas de Murguía se llevaron reses y animales domésticos; un anciano asegura que don Venustiano estuvo en la hacienda y le oyó dictar algunas órdenes para la inmediata reparación de las vías férreas.
De regreso a los trenes atraviesan por terrenos donde el día anterior se combatió y aún están frescas las sepulturas donde fueron enterrados los combatientes muertos. El general Treviño ordena que se detengan, les recomienda a sus acompañantes que procuren por todos los medios a su alcance que no se cause ningún daño al presidente Carranza, porque ni política, ni moralmente, les conviene acabar con la vida del señor Carranza, de lo contrario estarán cometiendo actos que los pongan al mismo nivel de Victoriano Huerta con relación al presidente Madero. “La revolución respetará la vida de don Venustiano Carranza.”


SALEN TROPAS PARA HUAMANTLA
Únicamente para EL UNIVERSAL
Apizaco, Tlaxcala, mayo 12 de 1920.
Hoy por la mañana se movieron de esta plaza, rumbo a Huamantla, fuertes contingentes de tropas, de las que mandaba el general Reyes Márquez, con el objeto de hostilizar la retaguardia de los trenes del señor Carranza. Como se tiene noticias de que la vía fue levantada a ocho kilómetro de aquí, salió un tren de reparaciones.
VIENE EL GENERAL ARTIGAS
A la salida de las tropas del general Murguía de esta plaza, aún llevaban en calidad de prisionero de guerra al general Francisco Artigas, de quien se venía rumorando había sido pasado por las armas.
LA DEFENSA DE LA SIERRA DE PUEBLA
Como se teme que el señor Carranza y sus acompañantes puedan dejar los trenes en que viajaban y tomar la sierra, llevando a sus principales contingentes, los jefes militares en Amozoc y Tehuacán acaban de recibir órdenes a efecto de que muevan sus tropas a determinados puntos, a fin de evitar una sorpresa por parte de los soldados del general Murguía. Estas tropas, según informes recibidos aquí, deben haber comenzado a moverse desde hoy por la mañana.
LA SALIDA DEL GENERAL JACINTO B. TREVIÑO
Hoy, a las siete de la mañana, comenzaron a salir los efectivos que al mando del general Francisco Cosío Robelo llegaron anoche de la capital, y que tienen por objeto operar en la región de San Marcos.
Así mismo, salió el general Jacinto B. Treviño con sus tropas. En ese tren viaja el señor Carlos Quirós, enviado especial de EL UNIVERSAL, y el fotógrafo Agustín Muñana.
El Corresponsal en Apizaco.

Un mantel oloroso a pólvora


PRIMERA JORNADA A CABALLO
12. Aljibes la estación aciaga

Su sombrero cortaba el aire denso con un sonido melancólico. Tratando de mantener la figura enhiesta avanzaba el jinete, los perros del pesar rasgaban su ropa, mordían su carne, destrozaban su ego pero no quiso voltear la mirada. Atrás quedaba la ruina de los ferrocarriles destruidos, los cuerpos masacrados, el humo denso contaminando el aire, los primeros zopilotes llegando a los caballos, los gritos de horror de las mujeres, el sollozar de los heridos, la silla presidencial con su suerte de perra, un vagón lleno de timbres y de oro, el olor a muerte, el sentimiento amargo de la traición, la ametralladora encasquillada, el sonido del clarín tocando retirada, los desertores que se unían al enemigo sin rastros de vergüenza, una avioneta destrozada simbolizando la caída, la nostalgia de una vida llena de adulaciones, el sabor a muela picada de la triste derrota.
Atrás dejaba Aljibes, la estación aciaga, los primeros zopilotes llegando a los caballos, la silla dorada con su suerte de perra, la ametralladora encasquillada; adelante se alzaba Santa María Coatepec, el Cofre de Perote, la aventura y la desesperanza.
Atrás quedaba la ruina de los ferrocarriles destruidos, el sonido del clarín tocando retirada, una avioneta en llamas simbolizando la caída, el sabor a muela picada del desastre; montado en su caballo, como flotando en círculos, sin detenerse pero sin avanzar, como flotando, oía el grito de horror de las mujeres, el sollozar de los heridos, Venustiano Carranza daba órdenes, agitaba las manos, oía el grito de horror de los heridos, el sollozar de las mujeres, miraba el río de cuerpos de los desertores que se unían al enemigo sin rastros de vergüenza, como flotando destilaba su amargura, sentía el olor a muerte impregnado en sus barbas, como flotando, sin avanzar pero sin detenerse, anclado en un tiempo que no tenía memoria, un grito agónico se le escapó de la garganta: ¡Ahora sí, ya nos llevo la chingada!
Mientras el grupo que seguía al jinete de la figura enhiesta se iba recomponiendo en una caravana que más parecía desfile de un circo, todavía se escuchaban disparos en los carros quemados. Una línea de caballería cuidaba el despegue de la columna para que se alejara de ese lugar fatal: Aljibes. Clara era la derrota de las fuerzas constitucionalistas mermada por las traiciones. Ahora había que buscar un respiro para poder reorganizarse y la sierra de Puebla parecía la tierra prometida.

domingo, 17 de julio de 2011

Un mantel oloroso a pólvora


11. Esta muerte es de mal agüero

Enterado de que el general Herrero había llegado a Chicontla, Panchito Cabrera, motivado por la curiosidad, se paseaba enfrente de la casa de Leoncio Rivera donde estaba hospedado. Se escucharon las campanadas llamando a misa de seis. El sol apenas enviaba como embajadora a una aurora rosada.
En una casa cercana se escuchaba el batir de palmas preparando el itacate. Montado en su mula, naciendo de la calle, un jinete llamaba a su perro con un silbido largo.
¿Qué estará pasando? - pensaba - ¿por qué nos mandaron llamar tan temprano? ¿Acaso tendremos que salir a algún lado? La curiosidad le picaba como una gusanera. Al caminar pensativo estuvo a punto de pisar una caca de perro. ¡Pinche perro cochino, no pudo hacer su porquería en otro lado.
Cuando se abrió la puerta de la casa se acomodó el sombrero. Era el primero que llegaba. Ahora sí podría saludar al general herrero a su gusto; pero el que se asomó fue Leoncio, quien lo saludó agitando la mano. Pronto volvió a meterse y Panchito se sintió desilusionado. Este cabrón me va a volver a presumir de su amistad con el general.
Rodolfo Herrero salió de la casa poniéndose el sombrero como era su costumbre, sus hombres lo estaban esperando. Caminó hasta la mitad de la calle, ellos se desprendieron del mercado, que era una construcción rectangular con pilares cuadrados de piedra labrada y techo de teja. Esa era una de las obras iniciadas por el general en la región; había mandado construir caminos empedrados, puentes, escuelas, fuentes y algunos palacios como el de Patla, por eso la gente lo quería y lo respetaba.
−¡Buenos días, muchachos!
−¡Buenos días, señor! −contestaron a coro.
−Los mandé llamar porque me han dado una encomienda. Me dicen que el Presidente de la República viene cabalgando por el rumbo de Tlapacoya y es probable que pase por aquí. Lo acompaña un grupo de militares, entre ellos viene el general Mariel. Debemos estar pendientes para apoyarlos en todo lo que necesiten. Miguel y César se encargarán de organizarlos para montar las guardias. Cualquier información que tengan me la harán llegar de inmediato. ¿Entendieron?
Sin esperar respuesta, dio media vuelta y se metió a la casa. Desde ahí escuchó las órdenes de su lugarteniente.
−¡Pancho y Andrés se suben a la torre de la iglesia; no olviden la largavistas! ¡Eugenio, escoge a cinco y te vas a vigilar el Paso de Chila; llévate caballos de refuerzo para avisar en caso de emergencia!
De inmediato la gente empezó a movilizarse.
−César, el coronel me pidió que junto con el “Güero” te vayas a Patla y estés pendiente. Mandas otros que vigilen desde el cerro.

Confirmada la ruta del patriarca por sus dominios, Rodolfo Herrero giró instrucciones para que fueran a pescar a las pozas cercanas a su rancho en Progreso, con el ánimo de preparar un caldo de pescado al mandatario. Leoncio comisionó a Lázaro para que cumpliera la instrucción. Comprometieron a una docena de pescadores; por ser un buen nadador se le pidió a Delfino que se integrara al grupo.
Salieron a las cuatro de la mañana de Chicontla; a las seis estaban arribando a las pozas de “La víbora”. Se encendieron fogatas en la orilla, mientras se preparaba la operación: a una piedra plana se le amarraba una “macilla”, que era un cohete muy potente y con la mecha encendida se arrojaba al centro de la poza. La detonación ocurría dentro del agua y, por el estruendo, los peces morían o quedaban atontados. Entonces los pescadores más experimentados se sumergían cuatro o cinco metros de profundidad y recogían los peces que quedaban muertos en el fondo del lecho pedregoso. Otros, se apostaban en la cintura del vado atrapando a los peces que eran arrastrados por la corriente.
Como una jauría de perros acuáticos, lo peces moribundos trataban de escapar corriente abajo, boqueando ansiosos para conseguir oxígeno. Unos eran capturados con las manos, otros, con morrales y arrojados a la orilla donde los apilaban en costales.
Como los demás pescadores se sumergían al fondo de las frías aguas y emergían con tres pescados, dos en las manos y uno en la boca, Delfino pensó en imitarlos. Subió a una roca, se tiró al agua, bajó hasta el fondo, tomó un pescado, se lo metió a la boca, y trató de tomar otros dos con las manos. Con los pies, se impulsó desde el fondo, pero el pez que había mordido quiso soltarse de sus dientes y se le incrustó en la garganta; desesperado, Delfino trató de sacarlo de su boca, pero fue inútil y empezó a tragar agua; vino pronto la asfixia. Su cuerpo fue descubierto flotando como un tronco macabro. Se suspendió la pesca. Todos regresaron en silencio a Chicontla.
−¡Esta muerte es de mal agüero! −dijo Lázaro arrastrando la pena con los pies.

Un mantel oloroso a pólvora


10. El destino de Rosita

Leoncio escuchaba el rumor del otro cuerpo moviéndose en la cama; su compadre Rodolfo tampoco dormía, la expectación los mantenía despiertos. ¿Qué hacer en esta encrucijada? ¿Cómo ejecutar una orden sin contravenir el orden constitucional del país? ¿Por qué les habían ordenado a ellos tomar ese riesgo? Quería dormir, era desesperante no hacerlo, entonces empezó a pensar en esas pomas rosas que cortaba de niño y eso le trajo el aroma del pelo de Rosita y su recuerdo empezó a llegar con la noche de insomnio:
Rosa tenía diecisiete años, había nacido en un rancho cercano a Zacatlán. Su vida era una historia parecida a la de muchas mujeres que vivieron la época revolucionaria; uno de los hombres del general Herrero apodado “Bigotes” la había raptado aprovechando que la tropa entró a una ranchería buscando zapatistas. Se la trajo a la fuerza, como era la costumbre; ella se defendió cuando la subieron al caballo para separarla de su madre. Dicen que el muchacho tuvo que batallar muy duro para doblegarla porque se defendió como gata boca arriba. Con el paso de los días descubrió el fuego de la pasión cada vez que se revolcaban en la cama y, sin pensarlo, empezó a querer al hombre que la rapto de su hogar. Se le incendiaron las mejillas, sus ojos brillaban de una manera distinta, se le veía contenta. Poco a poco se aferró a ese hombre que la hacía sentir mujer y que era lo único que tenía a su lado en ese pueblo olvidado de Veracruz. Huérfana de padre, había crecido sola, su hermano mayor había muerto en un asalto al tren en la estación de Beristaín. Su destino estaba marcado por la tragedia pues una bala perdida que surgió de una pugna entre borrachos, en Coyutla, le arrebató la vida del muchacho cuyo nombre había maldecido para siempre. Eso le habían dicho, así lo habían contado; nadie le dijo que la bala había salido de la pistola asesina de Hermilo Herrero.
Sepultó al “Bigotes”, luego la muchacha se fue del pueblo y regresó con su madre para aposentarse en una casa que le había sido donada por el general Herrero en Chicontla. Se volvió huraña y sombría; ahora, los hombres la miraban con una lujuria de perros que siguen a sus hembras. Herminio Márquez también la pretendía, pero por una extraña razón siempre lo rechazó; después le dijo a Leoncio que Herminio tenía una mirada malévola, cuando la cortejaba sentía una mala vibra, una especie de mal augurio en su futuro y que ella ya no quería perder a otro hombre en pleitos de cantina.

Esa noche, Leoncio la esperaba en la penumbra. Lanzó una pequeña piedra a la casa de tejamaniles y esperó con los nervios crispándole las manos. La noche encendía su reinado, los perros ladraban a lo lejos; apenas se escuchaba el rumor del río que acomodaba piedras en su cauce. Se abrió una puerta: Rosita parecía una mañana enmedio de la noche. Descalza, caminó despacio; la tela de la bata dibujaba sus formas.
−Te esperaba −dijo y se abrazó a su cuerpo. Toda ella temblaba de emoción.
−Rosa, Rosita, rosario de mis penas −contestó atrayéndola con fuerza.
Se besaron como locos, con una furia contenida desde el momento que se vieron en la plaza del pueblo. Ese día sus miradas coincidieron un instante; él cortaba un pedazo de carne, atrás pendía la res sacrificada; a cómo está la maciza preguntó con sus ojos de ardilla, palpitantes, encendidos. Tenía el pelo suelto de color arena, los ojos cafés y la boca sensual, algunos lunares en el cuello resaltaban en la piel blanquísima. Turbado, solo alcanzó a decirle a como tú digas, mi reina. Ella engalanó la mañana con la luz de sus ojos, se encaminó al mercado y lo dejó perplejo.
Ya no hacían faltas palabras esa noche. Se besaron con la furia del agua que corre en una gruta. Sus manos, hábiles con los cuchillos, asediaron la cintura perfecta. Una escaló despacio hasta tocar su pecho, caracola marina que se abría al paso del molusco. Buscó el cuello y su lengua recorrió ese espacio destinado a la luna. Ella se estremecía, con las uñas castigaba su espalda. Sin pensarlo, bajó una mano hasta tocar los muslos. Ella se resistía, pero su cuerpo agradeció el intento y abrió las piernas con una invitación a la aventura. Como peces ansiosos, sus dedos subieron y bajaron, lentos, pausados, febriles, en su sexo alborotado; con un quejido de hembra atormentada desbordó sus aguas en el vasto continente del deseo. La sintió húmeda, agitada, con deseos de posesión, mientras a él le crecía un animal embravecido en medio de las piernas.
De espaldas, agachada, ella se apoyó en unas piedras. Marcado por la urgencia, él se acopló a su cuerpo hasta que ambos encontraron el ritmo del deseo. Ella se abrió a su paso como el Mar Rojo a la orden de Moisés. Entraba, salía, entraba, salía. Avanzaba, arremetía, era un hombre ansioso que buscaba la tierra prometida. Luego vino una explosión, una comunión donde el pan era carne y el vino un flujo de líquidos calientes. El mar los alcanzaba, los cubría con sus aguas. Atrás quedaba el páramo desértico, la sed insatisfecha, adelante se alzaban los oasis y el fin de la jornada. Pronto llegó el silencio, la respiración entrecortada, la vuelta al mundo real.
−Soy una pecadora, −dijo ella levantándose− pero no importa que me vaya al infierno.
Urgida de calor, buscó las ramas de sus brazos para sentirse nido. La torre de la iglesia se reflejaba al fondo iluminada por una luna cómplice.

Un mantel oloroso a pólvora

9. La suerte estaba echada

El general Herrero ya conocía al viejo por las fotografías de un diario que había comprado en México. Curiosamente, cuando estaba en su casa revisando sus cosas, descubrió en las páginas de El Universal la imagen del hombre que le habían ordenado asesinar. Ahí estaba la foto: Carranza vestía un traje claro, con un saco enorme y el chaleco cerrado sobre cinco botones; a su izquierda se encontraba un militar a quien no pudo identificar; rodeaban al Presidente algunas personas vestidas con levitas, leontinas y sombreros de fieltro; sin embargo, además de Carranza, llamó su atención la figura de un niño como de diez años, mirada perdida, overol y camisa blanca de manga larga. El pequeño jugaba entre sus manos con un sombrero de tela, parecido al que usaban los maquinistas. La imagen del infante le trajo al General la de su hijo Aurelio, en una fotografía similar que se habían tomado en Poza Rica. ¿Qué hacía un niño de mirada sombría en medio de tantos adultos? ¿Acaso los pequeños pueden comprender el universo de intrigas y traiciones a que están acostumbrados los mayores? El general retiró el periódico y lo puso en la cama, pero el niño lo seguía mirando con reproche. Repitió la palabra traición y la sintió en sus labios como si fuera carne achicharrada. A pesar de ser un hombre acostumbrado a tutearse con la muerte, un ciempiés de hielo le recorrió la espalda y le trepó a las sienes con un estremecimiento de locura.

La suerte estaba echada. El general Herrero recordó que la decisión había sido tomada en una reunión urgente de muy alto nivel en el poblado de Coyutla, donde dos días atrás, algunos militares habían sido convocados de manera discreta: el general Alberto Basave y Piña llevaba la batuta; exhibió un telegrama que había recibido desde México, en el que Álvaro Obregón ordenaba combatir al Presidente, pues era el único obstáculo para pacificar al país. Eso se dijo. Había que combatirlo y darle muerte si era necesario. Todos los firmantes del Plan de Agua Prieta debían cumplir esas órdenes sin excusa ni pretexto. Más tarde serían recompensados: solvencia económica y ascensos militares estarían asegurados de por vida. Les dijo que la mayoría del ejército ya había reconocido el Plan de Agua Prieta.
Mientras Basave los exhortaba para cumplir con el mandato, Rodolfo Herrero entrecerró los ojos para mirar a un joven militar que, sentado a su derecha, con una vara seca se golpeaba las botas: era alto, delgado, serio, hasta podría decirse que era tímido; sus orejas grandes, su bigote recortado, contrastaban con sus ojos, tenía una mirada melancólica, casi tierna, parecía tener veinticinco años: era el coronel Lázaro Cárdenas. Sin embargo, pese a su juventud, el Coronel Cárdenas comandaba la zona militar de Tuxpan y era bien querido por su tropa. No habló durante toda la reunión, pero al final dijo:
−Vamos a cumplir con mi General Calles. ¡Maximino, Manuel, telegrafíen a sus paisanos para que se unan a la causa! Deben estar atentos.
Reiterativo, Basave los comprometió a cumplir cabalmente con el pacto evitando que el contingente saliera de la sierra. Cárdenas estaría en Poza Rica y en Papantla; le habían dicho que Guajardo venía acechando por la retaguardia; fulano en Tulancingo; él mismo iría a Teziutlán.
−El viejo está rodeado. No tiene escapatoria. ¡A reventar caballos, −dijo exaltado− todo mundo a ocupar sus posiciones!

Así las cosas, el general Herrero no podía arrepentirse pero tenía que pensarlo muy bien para deslindar su responsabilidad. Ahora la comitiva estaba en su territorio; él era el indicado para cumplir las órdenes.
Tomó otra vez el periódico mirando con atención al niño, pero sus ojos se fueron tras la figura del hombre de la barba. El personaje poseía un atractivo parecido a su pasión por las armas. Quizá era su atuendo militar como el que siempre soñó portar cuando lo revolcaban las fiebres de la canícula de agosto; quizá era su gesto severo y su mirada enigmática; quizá era la aureola de poder que lo investía y lo dotaba de un magnetismo indescifrable; quizá sólo era la sensación que tiene el cazador cuando se enfrenta con su presa.
Cuidadosamente dobló el periódico para meterlo en un baúl al que cerró con llave. Aventó su sombrero con desgano, colocó su pistola debajo de la almohada, se recostó sin descalzarse los botines, sopló sobre el quinqué e intentó escapar de sí mismo metiéndose en el sueño.

Un mantel oloroso a pólvora

8. La leva

Serían las dos de la tarde. A pesar del calor, soplaba un vientecillo refrescando el ambiente. Leoncio venía arreando a su mula cargada con leña seca. El domingo iba a matar una res y le hacía falta la leña. En esa parte plana del potrero abundaban los árboles de mango. De puro contento silbaba una melodía, una vaca suiza había parido un becerrito cuatezón. A lo lejos venía un grupo de hombres a caballo, por instinto, se acomodó la pistola debajo de la camisa. Al salir de una curva, seis hombres armados le gritaron el ¿quién vive?:
—Me llamo Leoncio Rivera −dijo mirando a los desconocidos−, soy vecino de Chicontla.
—No te preguntamos de dónde eres, muchacho. ¡Queremos que nos acompañes!
—Yo no debo nada. Soy un hombre de paz.
—Eso no nos interesa. ¡A ver, ustedes, descarguen la mula! ¡Ustedes dos, amarren a este muchacho!
Entendió que no debía poner resistencia y dejó que lo registraran mansamente.
—¡Señor, este muchacho viene armado!
—Pues quítenle lo valiente, ¡chingao!
No pudo esquivar el culatazo de un rifle que se impactó en su estómago y se dobló con el rostro descompuesto por la falta de aire. Otro golpe en la espalda lo tiró sobre el pasto.
—¡A ver si eres cabrón, levántate!
—¡Yo no debo nada!, por qué me pegan?
—¡Cállate, pinche maricón!
Todavía recibió una patada en las costillas, pero su instinto le ordenaba no oponer resistencia y se quedó en el suelo.
De nada valieron las súplicas del muchacho. Los dos hombres se terciaron sus carabinas, luego le ataron las manos con un mecate.
Antes de proseguir su marcha rumbo al cerro, le dijeron a manera de burla:
—No te preocupes, muchacho. Nos vamos a la bola. Desde hoy estás bajo las órdenes de mi coronel Hermilo Herrero.
Leoncio tropezaba a cada momento. Burlón, un mercenario lo jalaba con una reata como se jala a una res. El hombre se divertía mucho mirándolo desde la silla de su caballo.
—¿No que eras muy cabrón? A ver si aguantas.
Al llegar a la cumbre se encontraron con un grupo de mujeres; las acompañaban dos niños esqueléticos. El prisionero aprovechó el momento para mandar un recado:
—¡Díganle a Mariquita que no me espere a comer!

Cuando María supo que a Leoncio se lo había llevado la leva, puso el grito en el cielo. Estaban recién casados y no quería desperdiciar su vida como una viuda. Ordenó a un criado que le ensillara un caballo; agarró la víbora del dinero y la echó en un morral, acercó una silla para subirse al animal, se acomodó su rebozo cubriendo las blancas piernas y se fue a galope tendido con el mozo persiguiéndola como loco. Quería llegar a Progreso antes de que anocheciera, el general Rodolfo Herrero la tendría que escuchar.
Así se conocieron. Una noche en que el aire caliente de Progreso de Zaragoza atemperaba los cuerpos. Una noche, en el patio de una casa, en que María le reclamaba por la vida de su hombre. "No es justo que estando recién casada tenga que vestir de negro". Eso le dijo cuando bajó del caballo con las trenzas alborotadas sobre la cara, la mirada suplicante y el corazón en la boca. El general se le quedó mirando como queriendo reconocerla:
—No eres tú la hija de Atilano Álvarez?
—La misma que viste y calza. Y quiero que libere a mi marido, por eso vine hasta acá.
—No te preocupes, muchacha, si no le va a pasar nada.
—Cómo no me voy a preocupar, estamos recién casados.
—Ya no te preocupes. Y cómo está tu papá?

Así se reconocieron, con la noticia de que Leoncio estaba casado con una hija de Atilano, hermano de Elías Álvarez, los hombres más ricos que vivían en Chicontla, dueños de casas, tiendas, potreros y chilares. Ella era María, la más pequeña, de diecisiete años, de pelo claro y rizado que se acomodaba en unas trenzas con listones de colores. Así le cambió la vida a Leoncio, pues el general Herrero lo invitó a sumarse a sus tropas distinguiéndolo con un grado miliar.
−En esta época, el mejor oficio es la carrera de las armas −dijo el general brindando con sus invitados.
Así que a Leoncio Rivera quien por su desempeño en otras tareas ya ostentaba el grado de Capitán 2/o., pronto le vinieron comisiones para reclutar gente:
EJERCITO NACIONAL.
Número 23.
34/a. Jefatura de O. Militares.
Columna Expedicionaria.
ASUNTO: Comunica orden de reclutamiento en Chicontla, Patla y Coamaxalco, Pue.
Al C. Capitán 2/o. Leoncio Rivera.
Chicontla, Pue.
El C. Coronel Eliseo Páez Jefe del 2º Batallón de Línea, en oficio número 1704 de fecha 7 de los corrientes, me transcribe el telegrama número 5595 de la 34/a. Jefatura de Operaciones Militares en la República y que dice lo siguiente: "
Comunique esto General Herrero diciéndole que lo autorizo para que reclute violentamente toda la gente que pueda a la que se armará y se le pagarán haberes".
Lo que me honro en insertar a Ud. para su conocimiento, a fin de que en mi representación reclute el mayor número de gente que le sea posible en los pueblos de Patla, Chicontla y Coamaxalco, Pue., haciendo una lista de ella a fin de enviarla a la Superioridad para que mande fondos para socorrer a dicha gente.
Protesto a Ud. mi más atenta y distinguida consideración.
La Unión, Pue. Diciembre 12 de 1919.
El General Rodolfo Herrero.