8. La leva
Serían las dos de la tarde. A pesar del calor, soplaba un vientecillo refrescando el ambiente. Leoncio venía arreando a su mula cargada con leña seca. El domingo iba a matar una res y le hacía falta la leña. En esa parte plana del potrero abundaban los árboles de mango. De puro contento silbaba una melodía, una vaca suiza había parido un becerrito cuatezón. A lo lejos venía un grupo de hombres a caballo, por instinto, se acomodó la pistola debajo de la camisa. Al salir de una curva, seis hombres armados le gritaron el ¿quién vive?:
—Me llamo Leoncio Rivera −dijo mirando a los desconocidos−, soy vecino de Chicontla.
—No te preguntamos de dónde eres, muchacho. ¡Queremos que nos acompañes!
—Yo no debo nada. Soy un hombre de paz.
—Eso no nos interesa. ¡A ver, ustedes, descarguen la mula! ¡Ustedes dos, amarren a este muchacho!
Entendió que no debía poner resistencia y dejó que lo registraran mansamente.
—¡Señor, este muchacho viene armado!
—Pues quítenle lo valiente, ¡chingao!
No pudo esquivar el culatazo de un rifle que se impactó en su estómago y se dobló con el rostro descompuesto por la falta de aire. Otro golpe en la espalda lo tiró sobre el pasto.
—¡A ver si eres cabrón, levántate!
—¡Yo no debo nada!, por qué me pegan?
—¡Cállate, pinche maricón!
Todavía recibió una patada en las costillas, pero su instinto le ordenaba no oponer resistencia y se quedó en el suelo.
De nada valieron las súplicas del muchacho. Los dos hombres se terciaron sus carabinas, luego le ataron las manos con un mecate.
Antes de proseguir su marcha rumbo al cerro, le dijeron a manera de burla:
—No te preocupes, muchacho. Nos vamos a la bola. Desde hoy estás bajo las órdenes de mi coronel Hermilo Herrero.
Leoncio tropezaba a cada momento. Burlón, un mercenario lo jalaba con una reata como se jala a una res. El hombre se divertía mucho mirándolo desde la silla de su caballo.
—¿No que eras muy cabrón? A ver si aguantas.
Al llegar a la cumbre se encontraron con un grupo de mujeres; las acompañaban dos niños esqueléticos. El prisionero aprovechó el momento para mandar un recado:
—¡Díganle a Mariquita que no me espere a comer!
Cuando María supo que a Leoncio se lo había llevado la leva, puso el grito en el cielo. Estaban recién casados y no quería desperdiciar su vida como una viuda. Ordenó a un criado que le ensillara un caballo; agarró la víbora del dinero y la echó en un morral, acercó una silla para subirse al animal, se acomodó su rebozo cubriendo las blancas piernas y se fue a galope tendido con el mozo persiguiéndola como loco. Quería llegar a Progreso antes de que anocheciera, el general Rodolfo Herrero la tendría que escuchar.
Así se conocieron. Una noche en que el aire caliente de Progreso de Zaragoza atemperaba los cuerpos. Una noche, en el patio de una casa, en que María le reclamaba por la vida de su hombre. "No es justo que estando recién casada tenga que vestir de negro". Eso le dijo cuando bajó del caballo con las trenzas alborotadas sobre la cara, la mirada suplicante y el corazón en la boca. El general se le quedó mirando como queriendo reconocerla:
—No eres tú la hija de Atilano Álvarez?
—La misma que viste y calza. Y quiero que libere a mi marido, por eso vine hasta acá.
—No te preocupes, muchacha, si no le va a pasar nada.
—Cómo no me voy a preocupar, estamos recién casados.
—Ya no te preocupes. Y cómo está tu papá?
Así se reconocieron, con la noticia de que Leoncio estaba casado con una hija de Atilano, hermano de Elías Álvarez, los hombres más ricos que vivían en Chicontla, dueños de casas, tiendas, potreros y chilares. Ella era María, la más pequeña, de diecisiete años, de pelo claro y rizado que se acomodaba en unas trenzas con listones de colores. Así le cambió la vida a Leoncio, pues el general Herrero lo invitó a sumarse a sus tropas distinguiéndolo con un grado miliar.
−En esta época, el mejor oficio es la carrera de las armas −dijo el general brindando con sus invitados.
Así que a Leoncio Rivera quien por su desempeño en otras tareas ya ostentaba el grado de Capitán 2/o., pronto le vinieron comisiones para reclutar gente:
EJERCITO NACIONAL.
Número 23.
34/a. Jefatura de O. Militares.
Columna Expedicionaria.
ASUNTO: Comunica orden de reclutamiento en Chicontla, Patla y Coamaxalco, Pue.
Al C. Capitán 2/o. Leoncio Rivera.
Chicontla, Pue.
El C. Coronel Eliseo Páez Jefe del 2º Batallón de Línea, en oficio número 1704 de fecha 7 de los corrientes, me transcribe el telegrama número 5595 de la 34/a. Jefatura de Operaciones Militares en la República y que dice lo siguiente: "
Comunique esto General Herrero diciéndole que lo autorizo para que reclute violentamente toda la gente que pueda a la que se armará y se le pagarán haberes".
Lo que me honro en insertar a Ud. para su conocimiento, a fin de que en mi representación reclute el mayor número de gente que le sea posible en los pueblos de Patla, Chicontla y Coamaxalco, Pue., haciendo una lista de ella a fin de enviarla a la Superioridad para que mande fondos para socorrer a dicha gente.
Protesto a Ud. mi más atenta y distinguida consideración.
La Unión, Pue. Diciembre 12 de 1919.
El General Rodolfo Herrero.
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Hola buen día me gustaría poder contactarme con usted ya que estoy realizando un trabajo de tesis acerca del tema que usted tiene en el blog
ResponderEliminarHola Eli. Te mando mi correo miguelangelandrade493@gmail.com
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