
PRIMERA JORNADA A CABALLO
12. Aljibes la estación aciaga
Su sombrero cortaba el aire denso con un sonido melancólico. Tratando de mantener la figura enhiesta avanzaba el jinete, los perros del pesar rasgaban su ropa, mordían su carne, destrozaban su ego pero no quiso voltear la mirada. Atrás quedaba la ruina de los ferrocarriles destruidos, los cuerpos masacrados, el humo denso contaminando el aire, los primeros zopilotes llegando a los caballos, los gritos de horror de las mujeres, el sollozar de los heridos, la silla presidencial con su suerte de perra, un vagón lleno de timbres y de oro, el olor a muerte, el sentimiento amargo de la traición, la ametralladora encasquillada, el sonido del clarín tocando retirada, los desertores que se unían al enemigo sin rastros de vergüenza, una avioneta destrozada simbolizando la caída, la nostalgia de una vida llena de adulaciones, el sabor a muela picada de la triste derrota.
Atrás dejaba Aljibes, la estación aciaga, los primeros zopilotes llegando a los caballos, la silla dorada con su suerte de perra, la ametralladora encasquillada; adelante se alzaba Santa María Coatepec, el Cofre de Perote, la aventura y la desesperanza.
Atrás quedaba la ruina de los ferrocarriles destruidos, el sonido del clarín tocando retirada, una avioneta en llamas simbolizando la caída, el sabor a muela picada del desastre; montado en su caballo, como flotando en círculos, sin detenerse pero sin avanzar, como flotando, oía el grito de horror de las mujeres, el sollozar de los heridos, Venustiano Carranza daba órdenes, agitaba las manos, oía el grito de horror de los heridos, el sollozar de las mujeres, miraba el río de cuerpos de los desertores que se unían al enemigo sin rastros de vergüenza, como flotando destilaba su amargura, sentía el olor a muerte impregnado en sus barbas, como flotando, sin avanzar pero sin detenerse, anclado en un tiempo que no tenía memoria, un grito agónico se le escapó de la garganta: ¡Ahora sí, ya nos llevo la chingada!
Mientras el grupo que seguía al jinete de la figura enhiesta se iba recomponiendo en una caravana que más parecía desfile de un circo, todavía se escuchaban disparos en los carros quemados. Una línea de caballería cuidaba el despegue de la columna para que se alejara de ese lugar fatal: Aljibes. Clara era la derrota de las fuerzas constitucionalistas mermada por las traiciones. Ahora había que buscar un respiro para poder reorganizarse y la sierra de Puebla parecía la tierra prometida.
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