martes, 28 de junio de 2011

Un mantel oloroso a pólvora


2. Rodolfo Herrero
La fama de pistolero que tenía Rodolfo Herrero se la había ganado a pulso. Cuando trabajó para el general villista Adán Gaviño en las Guardias Blancas de las compañías petroleras de la región de Poza Rica su sueldo era pagado en dólares, suficiente dinero para un hombre que vivía con una mujer y dos hijos. Así que, en sus ratos libres aprovechaba el tiempo para mejorar en el tiro al blanco. Cada día gastaba, cuando menos, cien balas perfeccionando su pulso, ya que la empresa le proporcionaba el parque que fuera necesario. Decían que era capaz de volar un cigarrillo de la boca de un paisano a veinte metros de distancia con su pistola calibre 44 o de pegarle un tiro a una moneda lanzada al aire para un volado. Facundo Garrido, uno de sus hombres de confianza, guardaba una moneda atravesada por un disparo suyo. Todo el rumor corría constantemente donde Herrero se paraba aunque nadie quería comprobarlo en carne propia.
Cuentan que un día, en su rancho de Plan de Progreso, logró abatir a un gavilán que estaba vigilante en lo más alto de un árbol seco, mirándolo por el diamante de su sortija como si fuera un espejo. Colocó su mano izquierda a la altura del rostro para mirar el reflejo del ave en la piedra, alzó su mano derecha con la pistola amartillada y jaló del gatillo: el gavilán cayó al suelo al mismo tiempo que el grito de admiración de sus asistentes.
−¡Es usted un chingón, mi general! −le dijo Miguel B. Márquez, alias el “Orejón”, quien era uno de sus hombres más fieles.
Él lo miró complacido, perdonándole la falta de respeto.
Rodolfo Herrero Hernández había nacido en Zacatlán en 1880. Comenzó la carrera de las armas en el Ejército Federal, pero cuando ocurrió el licenciamiento del ejército en 1914, entregó las armas al 23 batallón al que pertenecía y se incorporó a las fuerzas del General Daniel Cerecedo Estrada en Zacatlán. En 1915, Herrero se había adherido al intento de Félix Díaz de dar un golpe de estado contra el gobierno de la Convención de Aguascalientes pero habían fracasado. Al triunfar la revolución constitucionalista Herrero fue a prisión, pero fue amnistiado y regresó a la región de Villa Juárez. Herrero también había militado bajo las órdenes del general Manuel Peláez, enemigo del constitucionalismo, y de Adampol Gaviño, quiénes con armas y municiones se vendían al mejor postor extorsionando a las compañías petroleras de la zona de Poza Rica y de Tampico, cobrándoles un elevado impuesto por su protección. Las compañías pagaban muy bien por sus servicios manteniendo la inestabilidad en la zona petrolera pues temían que el gobierno carrancista aplicara en su contra el contenido del artículo 27 de la Constitución de 1917. Así, estuvo operando en la Huasteca veracruzana hasta el mes de marzo de 1919 cuando se amnistió al gobierno del presidente Carranza por conducto del general Francisco de P. Mariel en Villa Juárez, quien como Comandante Militar de la zona había extendido su política de pacificación hacia todos los rebeldes.
La rendición había sido en Villa Juárez, Puebla, el 8 de marzo de 1920. El general Francisco de Paula Mariel lo había convencido de que se amnistiara al gobierno de Carranza. Le iban a reconocer su grado de militar y el de su Estado Mayor; además de una cantidad considerable de dinero para pagar los haberes de su tropa. Era tiempo de vivir en paz, le habían dicho, y él así lo había creído pertinente. Nada de andarse cuidando las espaldas, ni de dormir poco, ni de sentarse a comer siempre pegado a la pared lejos de las ventanas. Por fin podría dedicarse a cuidar el rancho sin ningún sobresalto.
En los arreglos estipulados para la rendición de Herrero, su Jefe de Estado Mayor, Miguel B. Márquez, propuso las siguientes bases para la capitulación:
Primera. Que el general Rodolfo Herrero, con todos sus jefes, oficiales y tropa, reconocerían de hecho y de derecho el Gobierno legítimo del señor don Venustiano Carranza, cuya suprema autoridad respetarían en lo sucesivo.
Segunda. Que tanto al general Rodolfo Herrero, como todos sus jefes y oficiales, en nombre de la nación, se les reconocerían sus respectivos grados por la Secretaría de Guerra y Marina.
Tercera. Que las fuerzas del general Rodolfo Herrero serían reorganizadas y equipadas, dotándoseles de armamento y municiones y suministrándoles los haberes correspondientes a sus respectivos empleos.
Cuarta. Que dichas fuerzas, ya organizadas, se incorporarían a la Brigada del general Mariel, y bajo las inmediatas órdenes del general Herrero, guarnecerían la zona comprendida entre los municipios de la Unión, perteneciente a Huauchinango; Jopala, del Distrito de Zacatlán, (ambos del estado de Puebla) y Progreso de Zaragoza, Ver., y
Quinta. Que las bases propuestas serían sometidas a la aprobación de la Secretaría de Guerra y Marina; y una vez aprobadas también por el señor Presidente de la República, quedarían debidamente legalizadas y se firmarían en Villa Juárez, por ambos generales, ante la presencia del ciudadano Presidente Municipal y demás autoridades de la localidad, en la fecha que oportunamente se fijaría. De todos los trámites administrativos se encargaría el general Mariel.

Esa ocasión, el general Francisco de Paula Mariel, Oficial Mayor de la Secretaría de Guerra y Marina del gobierno de Venustiano Carranza, hizo su arribo a Villa Juárez acompañado de su Estado Mayor; luego llegó Rodolfo Herrero acompañado del coronel César lechuga, Miguel B. Márquez, de varios oficiales y de una pequeña escolta.
En la Plaza principal se levantó un templete para realizar la ceremonia. Los lugares de honor fueron ocupados por Mariel y Herrero, el Presidente Municipal, demás autoridades y vecinos distinguidos. Luego se procedió a declarar en forma solemne la rendición del general Rodolfo Herrero al Supremo gobierno, levantándose el acta correspondiente. Le tocó a Josué Galindo, Secretario del Ayuntamiento, el protocolo de la lectura del acta y las firmas correspondientes
Vino la celebración y las felicitaciones por la labor política de Mariel al haber convencido al general Herrero de su rendición, pues con esto llegaría el orden, la paz y el bienestar a esa zona. Se ofreció un banquete en honor de los dos generales; los huapangueros amenizaron la comida, se consumió del mejor vino; todos estaban contentos, hasta los antiguos enemigos tuvieron que darse la mano en señal de paz.
Al día siguiente, al regresar a la ciudad de México, hicieron un alto en Necaxa, donde nuevamente agasajaron a Mariel y a Herrero. Ya en Huauchinango, las autoridades los invitaron a pernoctar ahí para asistir a un baile que la sociedad les ofreció a los generales y a su comitiva. Esa noche en el Palacio municipal siguió latente el espíritu de camaradería y atenciones, mientras los jóvenes danzaban deleitándose con la música de los violines. En ese ambiente casi se podía tocar la paz con la punta de los dedos.
Rodolfo era un hombre robusto, de ancho tórax y brazos musculosos. Sus manos eran hábiles para ejecutar las suertes de los charros como el pial y las manganas. Montaba bien y en buenos caballos; seleccionaba personalmente los aparejos de sus monturas, tenía tres sillas de montar que Ernesto Herrero, un primo suyo, le había traído de Jalisco. Los domingos, día de plaza en Coyutla, el pueblo más cercano a su rancho, Rodolfo Herrero paseaba arrogante en su caballo alazán presumiendo sus espuelas plateadas.
Había participado en varias escaramuzas de la revolución, por eso era desconfiado. En épocas de campaña dormía poco, el insomnio era su acompañante más frecuente, se levantaba a hacer la guardia con sus hombres y platicaba con ellos hasta la madrugada. Se acostaba en un lugar y lo hallaban descansando en otro lecho. Fue su escolta personal la que empezó a decir que Rodolfo dormía montado en su caballo aprovechando las largas caminatas a la luz de la luna y el airado aullar de los coyotes.
Esa fama de buen tirador, su valentía en la batallas y la rapidez con la que desenfundaba sus pistola le habían ganado el prestigio y el respeto de su tropa y de todos los hombres de la zona.
Sus andanzas en la sierra de Puebla dejaron honda huella en los serranos porque le gustaba arrasar los pueblos en los que presentaba combate contra los constitucionalistas; Ixtepec, por los rumbos de Caxhuacan, había sido un lugar devorado por las llamas que provocaron las fuerzas de Herrero, quienes demostraban la brutalidad de sus métodos con el fin de mantener el control militar y económico en las zonas donde merodeaban.

3 comentarios:

  1. Es lamentable la falsedad de tu escrito, pero en fin, al igjal que la historia oficial, solo sirve para engañar y confundir

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  2. En dónde encuentras la falsedad, César? Es una novela. Ya la leíste? O solo el primer capítulo?

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  3. Gracias por la información, nos permite conocer más del Gral. ya que es familiar y aún mi padre lleva el apellido Javier González Herrero de la poca familia que queda. Muchas Gracias

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