6. Ya somos carrancistas
Con el sopor de la tarde causando estragos, los invitados departían bajo las sombras de unas jacarandas. Era un patio amplio, había árboles frutales de naranja, limones y anonas; del lado derecho, paralelo al arroyo que corría de norte a sur, estaban los macheros, donde acomodaban hasta veinte animales, entre mulas y caballos. Al norte se alzaba la casa principal, con amplias paredes de piedra y techo de tejas. La tienda daba a la calle que llegaba al centro del poblado, era la más surtida en abarrotes. Hasta ella llegaban comerciantes de San Pedro Tlaolantongo, Encinal, Coamaxalco, Patla y Coyutla para adquirir sus mercancías, pues don Elías compraba al por mayor en Villa Juárez, valiéndose de una recua de doce mulas. Al poniente se alzaban tres chozas sencillas que eran ocupadas por los criados y el caporal.
La fiesta estaba poniéndose de ambiente. Los señores tomaban cerveza, los criados, refino. El general Rodolfo Herrero era el centro de la plática; estaba contando su rendición ante el general Mariel en Xicotepec:
—Había que decidirse. Los constitucionalistas habían ganado batallas y ciudades importantes. El círculo se cerraba alrededor de Carranza y en esta vida hay que estar con los ganadores. La política es una suerte de simulación. Los militares no somos políticos, pero tenemos el derecho de estar donde más nos conviene. Así que hoy ya somos carrancistas, mañana quién sabe. ¡Salud!
−¡Salud, general!
Empezaba a pardear la tarde en Chicontla, el calor aminoraba. El alcohol ya había cobrado sus primeras víctimas. Por el acceso trasero de la construcción apareció la figura de un jinete, los perros lo recibieron con una andanada de ladridos. El hombre se acercó quitándose el sombrero:
—Señor, el general Alberto Basave y Piña lo busca en Coyutla. Dice que es urgente platicar con usted. Son órdenes del alto mando.
—Pero qué pasa; hubo alguna desgracia?
—No, señor, pero dice que debe hablar personalmente con usted. Lo acompañaban dos soldados; parece que es urgente.
—Entonces vamos a despedirnos para salir en este momento. ¡Miguel, que el clarín de las órdenes de botasilla!
—Sí, señor, a la orden!
—¡Leoncio, que traigan mi caballo!
La salida intempestiva del general Herrero y de sus hombres no influyó en el ánimo de la fiesta, los vecinos estaban acostumbrados a este tipo de partidas.
—¡Salud, compadre, brindemos por Candelario!
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